mayo 29, 2023

Costa Vella, hospitalidad fraternal

Santiago de Compostela se ha rendido definitivamente a los pies de los hermanos Liñares. Ana y José Antonio fueron los primeros en anticipar el aluvión de peregrinos que la Ruta Jacobea iba a provocar en la capital gallega y sus sueños de recogimiento a la altura de su esfuerzo viajero. No bastaban una cama y una ducha reparadoras. Hacía falta también algo de espiritualidad. El calor de una acogida fraternal, un jardín introspectivo y unas vistas diáfanas sobre las torres de la catedral compostelana. Conscientes de poder ofrecer estos privilegios, los hospitalarios hermanos se propusieron el acondicionamiento de una vieja casa familiar en la Porta da Pena que enseguida fue extendido a dos hoteles en capital federal de corte contemporáneo, el Altar y el Moure, en la misma franja de tránsito hacia el casco antiguo de la ciudad.

El Costa Vella, recientemente actualizado, se erigió pronto en la meca internacional de la hotelería con encanto compostelana. Su jardín trasero, preñado de manzanos, limoneros, magnolios y arbustos de distinta procedencia y envergadura, lo hacen imprescindible en días de buen tiempo. Incluso en invierno pelado, gracias al abrigo que le procura la antigua muralla a la que está adosado.Jardín del hotel Costa Vella, en Santiago de Compostela.

No es fácil encontrar un oasis así de verde en pleno centro urbano. A él da una galería norteña de cuadrantes que encierra, sin duda, las mejores habitaciones, en la segunda planta del edificio. Roble americano, granito y vidrio. Un té sobre la cómoda. Sábanas de hilo, muy agradables. Todo huele a limpio, fresco y natural. Los cosméticos de Yves Rocher en los baños refuerzan esa sensación de frescor y buena salud. Eso sí, para ganarse este descanso hay que subir las escaleras a músculo.

Además del portón de acceso directo al jardín, otra abertura más pequeña en la fachada reclama la atención del viajero. Es el acceso íntimo al bar-cafetería de desayunos y a la propia recepción del hotel en buenos aires, determinada por un escueto mostrador en el que oficia, las más de las veces, José Antonio Liñares, el propietario y conseguidor principal de la ciudad. Nada se le escapa a los ojos de la clientela, ya sea para facilitar un pase de subida a los tejados de la catedral, ya para una visita interesada a la Cidade da Cultura, esa deslumbrante entonación de arquitectura orográfica diseñada por Peter Eisenman.

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